Creo que lo mejor de viajar es recordar: añorar lo
vivido, primero en fotos, que si bien es cierto que tiene su chiste, nada mejor
que lo que se siente, esa sensación de haber descubierto un lugar nuevo,
diferente, alejado de tu cotidianidad, un lugar que haces propio por espacio de
días; quieres sentirte parte de él, logras penetrar en lo más profundo de su
cuerpo, pero una vez que sientes esa sensación de conquista, es hora de partir.
Eso me paso con Berlín.
Pero bueno, a lo que vamos. Siguiendo con la
cronología de mi viaje, mi segundo día en Berlín era en domingo, que mejor
oportunidad para conocer otro rostro de la ciudad, aparte de que hacia un
tiempo maravilloso, muchísimo sol.
Lo primero que hice fue comer algo en el Hostal:
mermelada, queso, galletas saladas, jamón, etc.; una vez con las pilas
cargadas, a la calle. Me fui caminando hasta Sophie-Charlotte-Straße
U-Bahn, compre el ticket del metro en abono por 24 horas: 6,50 € [$ 100 pesos]. Me baje en Alexanderplazt,
famosísima plaza en Berlín, visita indispensable. Llevaba muchas expectativas;
cuando salí del metro lo primero que me impresiono fue tanto sol que hacía,
luego vi la plaza: En principio no es la gran plaza que esperaba encontrar,
pero tiene dinámica: edificios, líneas del tranvía que pasan por medio, una
fuente en primera plana. Como era domingo, la verdad no había mucha gente por
la zona, además, a las 9 am, mucho que menos.
Continúe mi camino por la Schloßplatz
Straße hasta toparme con la Berliner Dom [Catedral de Berlín],
sencillamente mágico, un edificio de estilo neobarroco con una cúpula de
ensueño. Lo estuve admirando un buen rato; tiene a un costado un café que se
veía agradable, pero no entre. En el mismo cuadro de la ciudad, a menos de 10
pasos me topé con Altes Museum, colosal construcción de estilo
clásico que asemeja a la antigua Grecia. Tiene un largo jardín donde bien se
puede descansar en la grama, tomar el sol, leer un libro, todo eso que ofrece
Berlín. Del lado derecho, por Am Lustgarten hasta Bodestraße esta
lo que se conoce como la Isla de los Museos, un complejo a orillas
del rio donde se ubican varios museos de renombre, infaltables en el recorrido
cultural de Berlín. Por allí estuve caminando un buen rato, contemplado la
arquitectura de los edificios que formaban todo ese complejo cultural. Seguí
caminando por la Bodestraße hasta cruzar el puente, hasta
toparme con un mercadillo en la Am Zeughaus, una calle cerrada al
tránsito de vehículos; lo mismo te vendían pan que obras de arte. Lo peculiar
de los mercados en Berlín es que siempre, pese a la cantidad de gente, reina la
calma, nadie grita, nadie empuja, por eso provoca visitarlos.
Empecé a caminar en dirección a la Fernsehen
Tower que se ve desde cualquier parte de Berlín; por la zona abundaban
las grúas; la ciudad pasa por un proceso de modernización constante, por lo que
pude percibir. En camino me topé con la Rathaus de Berlín, un
hermoso edificio de estilo renacentista de ladrillos rojos, simplemente
hermoso. Lo malo, es que debido a la cantidad de grúas de la zona, fue
imposible hacer una buena foto o apreciarlo en su complejidad, pero lo que vi
me encanto. Camine en dirección norte hasta toparme con otra parte, si se
podría decir así, de la Alexanderplazt, con una monumental fuente
de estilo griego, al fondo la Fernsehen Tower; más a la
derecha St. Marienkirche. Es una agradable zona donde puedes
sentarte a un lado a contemplar a los turistas tomarse fotos, o simplemente si
quieres tomar el sol.
Después de echar un ojo, volví a salir a la avenida
principal, pero esta vez a Unter den Linden, caminando se llega a
la Neue Wache, el Edificio de la Nueva Guardia,
pequeño, pero con un encanto que satisface la mirada de cualquier turista. En
este tramo, es común ver un sin fin de grúas, puesto que están remodelando
algunos edificios antiguos para conservar sus fachadas. Por la larga
calle Unter den Linden se llega, que simula la Masaryk mexicana, a Brandenburg
Tor. Durante el recorrido de algo más de un kilómetro, se puede apreciar un
sin fin de tiendas, bancos, restaurantes, cafés, librerías, florerías, tiendas
de souvenirs, museos, etc. La calle está repleta de gente, es normal, domingo a
las 11 de la mañana, turistas a millón, un panorama multicultural. Cuando un
semáforo está en rojo para el cruce puedes escuchar en una esquina diferentes
lenguas habladas por sus nativos, de todas partes. Es un espectáculo único.
Tienen que vivirlo para saber de lo que hablo. Bueno, llegue por fin a la gran Brandenburg
Tor, ese monumento tan propio de Berlín, símbolo de la capital ante el
mundo; turistas haciendo la foto del recuerdo, otros tantos intentando llamar
la atención de los turistas con trajes que simulaban la época de la Alemania
dividida, un espectáculo de break-dance en la calle por parte de un grupo de
jóvenes, en fin, todo parecía tan alocado pero tan tranquilo que era difícil
creer que se estaba allí. Luego de varios minutos allí, haciendo las
respectivas fotos, me fui hasta Tier-Garten, ese gran bosque-parque
en medio de la ciudad que simula un Chapultepec pero en otras dimensiones, mas
colosal, mas armonioso, más hermoso.
Quería perderme en sus caminos, pero eso requería
mínimo un día completo, así que decidí desviarme de camino e irme al Denkmal
Für die Ermordeten Juden Europas que sencillamente es único, como me
lo había recordado mi gran amigo Javier Telis. Una hilera de columnas de
concreto que simulaban un laberinto, donde uno podía caminar libremente,
detenerse a pensar, respirar, llorar si fuese el caso. Es una parada obligada
para todo turista que visita Berlín. De allí, un poco cansado, era la 1 de la
tarde, decidí irme al Hostal a descansar un poco para tomar energías. Regrese
en metro, descanse un par de horas. Sabía que Berlín me esperaba afuera, que no
debía precipitarme; conocí otra manera de hacer turismo sin el afán de estar
todo el día en calle.
A eso de las 3 de la tarde o un poco más tarde, sin un plan definido, me
subí al metro esperando que la ciudad me sorprendiera. ¡Y lo hizo! Mi intuición
me hizo bajarme en Eberswalder
Straße, sin imaginarme el panorama que me encontraría en frente. Algo me decía
que iba en la dirección correcta, porque vi una masa de personas caminar desde
la estación del metro a un lugar que no tenía idea, así que me deje llevar, y
cuando menos supe estaba frente al Mauerpark Berlín; ese legendario
parque testigo de grandes acontecimientos, que aún conserva parte del Muro de
Berlín.
Era impresionante ver todo ese mosaico de
situaciones: un mercadillo vintage-hippie donde bien vendían cosas nuevas que
usadas, una concha acústica donde el más valiente subía a cantar lo que fuese
solo por el gusto de entretener a los demás, una cancha de Basquetbol donde dos
equipos de jóvenes nativos se enfrentaban bajo la mirada apremiante de los
locales, familias enteras haciendo cualquier tipo de actividades en la grama,
asando carne, jugando a las cartas, tomando el sol con un traje de baño en
plena ciudad. Fue una experiencia mágica haberme topado con Mauerpark,
porque pude vislumbrar la otra cara de Berlín, el de sus habitantes, no el
Berlín turístico. Me di una vuelta por el mercadillo, aunque lo único que
compre fue una cerveza para hacer más ligera la caminata; fui un rato a ver el
juego, luego escucho a una chica imitar a Amy Winehouse llevándose un sin fin
de aplausos.
Un par de horas de estar rondando por allí, me
dirigí caminando a Kulturhaus im Ernst-Thälmann-Park, una antigua fábrica de cerveza que fue convertida en
un espacio cultural donde se encontraba desde un museo hasta un antro; aunque
estaba cerrado todo, a eso de las 6 de la tarde, excepto la oficina de
información turística, me pude dar una vuelta por sus silenciosas calles. De
allí me fui directo al Barrio de Schöneberg para
comer-cenar en un restaurante típico alemán. Comí delicioso por solo 18 € [$ 300]. Luego, me senté en una calle a
tomarme una cerveza mientras iba apuntando en mi libreta aquellos detalles que
no quería dejar escapar. Y de allí, directamente a descansar al Hostal a eso de
las 10 pm a dormir.